Locke y Rousseau: la legitimidad de la propiedad desigual
- molondriz96
- 30 sept 2021
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 2 oct 2021
“Propiedad”, desde Platón y Aristóteles, es un concepto tratado a lo largo de toda la Historia de las Ideas. Si nos trasladamos a la Filosofía Moderna (siglos XVI-XVIII), encontramos dos pensamientos contrapuestos entorno a este concepto: el de John Locke y el de Jean-Jacques Rousseau, a pesar de que en muchos puntos el segundo sea fiel seguidor del primero. Podría decirse que la máxima contraposición entre ambos se encuentra en la finalidad del estado civil bien fundamentado: en el caso lockeano, éste debe proteger el derecho natural a la propiedad (donde se incluye la vida y la libertad) legitimando la desigualdad; en Rousseau, el contrato social también debe proteger la propiedad para evitar el conflicto pero dicha propiedad ‒que no es innata sino resultado de un conjunto de acontecimientos‒ no debe legitimar la desigualdad sino formar parte proporcionalmente de una comunidad. Por lo tanto, el núcleo de la comparación podría centrarse en la legitimidad e ilegitimidad de la propiedad desigual.
Vemos, por tanto, cómo el estado civil tiene finalidades diferentes en cada autor, aunque es cierto que en primera instancia ambos pretenden eliminar el conflicto de la usurpación de bienes desatado en el estado de guerra. Pero hemos empezado por el final: el sentido contrapuesto del pacto social. Veamos ahora, comparativamente, todo el proceso que nos lleva hasta este punto.
En primer lugar, en el estado de naturaleza de Locke, Dios ha dado a los hombres el derecho natural a la libertad, a la vida y a las posesiones dispuestas abundantemente en el mundo. Además, este Dios ha hecho a todas las criaturas humanas iguales, de modo que es un estado donde los poderes “nadie los disfruta en mayor medida que los demás”[1]. En cambio, en Rousseau, los hombres presentan diferencias físicas evidentes de forma natural, ya sea “la diferencia de edades, de salud, de las fuerzas del cuerpo y las cualidades del espíritu o del alma”[2]. No obstante, tanto naturalmente iguales como desiguales, ambos autores coinciden en que no debe darse dominación ni sometimiento sobre otros hombres. Pero vemos dos direcciones contrapuestas que van de la igualdad a la desigualdad y de la desigualdad a la igualdad: en el estado de naturaleza lockeano, la igualdad natural terminará en desigualdades económicas pero, para Rousseau, la desigualdad natural deberá traducirse precisamente en igualdad económico-social.
Veamos ahora cómo la cuestión del trabajo influye en la posterior consolidación igual o desigual de la propiedad. Primero, es importante señalar la coincidencia de ambos en sostener que la apropiación no se da por simple ocupación sino como resultado del esfuerzo puesto en el trabajo. Vayamos ahora a las oposiciones: en Locke, el hecho de que el mismo Dios mande al hombre a trabajar, legitima la propiedad como derecho natural indiscutible. Este trabajo por mandato divino, da valor y aporta beneficios para toda la humanidad: con el trabajo, “no solo no disminuye la propiedad común de la humanidad, sino que la acrecienta”[3]. Locke da mucha importancia al trabajo y, por lo tanto, también a su consecuente apropiación: quien no trabaja, no tiene bienes. Es así también en Rousseau, lo que nos lleva a afirmar que en ambos pensadores la falta de bienes es consecuencia de falta de trabajo. Sin embargo, la falta de trabajo se da por motivos distintos en cada uno: en Locke, la persona que no trabaja lo hace por una voluntad propia y decidida que le otorga la calificación de holgazán; en cambio, en Rousseau, lo hace por un conjunto de ventajas físicas y naturales que afectan a sus talentos como trabajador: “el más fuerte hacía más trabajo; el más hábil sacaba mejor partido del suyo […], el uno ganaba mucho mientras que el otro apenas si tenía para vivir”[4].
Por lo tanto, si para Locke, la poca eficacia en el trabajo es efecto de una actitud y decisión propia; en Rousseau, lo es como resultado de una realidad física dada por naturaleza que el hombre no escoge y con la que algunos se aprovechan para ser reconocidos y enriquecerse. En esto radica el argumento de la legitimidad de la desigualdad de Locke: si hay desigualdad es por la elección de nuestros antepasados respecto al trabajo. En Rousseau, si hay desigualdad es por el abuso ilegítimo de la ley del más fuerte que algunos han llevado a cabo a través del proceso de civilización y socialización.
El trabajo según Locke, como se ha visto, es la base del beneficio para toda la humanidad. No obstante, en Rousseau, el trabajo mal consolidado solo da beneficio a los ricos, los cuales se aprovechan de los pobres mediante un contrato social embaucador que “tendrá como efecto consolidar las ventajas del rico y dar a la desigualdad valor de institución”[5]. En consecuencia, el trabajo agricultor y metalúrgico que se desarrolla progresivamente en el segundo estado de naturaleza de Rousseau, es sinónimo de perversión y de caída, a diferencia del beneficio humano que aporta el trabajo de Locke. Si profundizamos más, vemos que la perversión de la que habla Rousseau no es en sí misma el trabajo sino la socialización, la mirada del otro, es decir, un mal psicológico-moral anterior al mal económico-social resultante. Así pues, en Rousseau, el origen del mal en el hombre, que a su vez le hace salir de la animalidad, es la búsqueda del reconocimiento del otro que, según él, empieza con la danza y el canto en los albores de la humanidad. Así pues, la existencia del sujeto ajeno, la alteridad, afecta al sujeto de tal modo que necesita de su reconocimiento para autoafirmarse. Este mal es lo que aleja al hombre de la animalidad (sin hacerlo todavía humano), mientras que para Locke, el mal es lo que le aleja de la humanidad.
Respeto a la sucesión histórica, es interesante ver su relación con la propiedad: en cuanto el hombre empieza a conseguir grandes acumulaciones de bienes, puede proyectar el uso de esos bienes en un futuro temporal y dejar la visión de la inmediatez, propia de los primeros tiempos de la humanidad. Esto lo vemos en el segundo estado de naturaleza de Rousseau, cuando el hombre, al trabajar el hierro y el campo, aumenta su reflexión y con ella las acumulaciones con vistas al futuro, sin buscar ya solo lo necesario. En esto último coincide Locke mediante la introducción del dinero que, al no corromperse como sí lo hacían los alimentos, siempre será útil, no transgredirá la ley natural y permitirá acumular más allá de lo necesario, aunque en este caso no será ni por avaricia ni por la mirada del otro, sino por un fin comercial y mercantilista.
Vemos que, en ambos, las grandes acumulaciones llevan a acaparar más de lo necesario. En Locke, esto es legitimado por la ley natural: “es una justificación del derecho natural no solamente una propiedad desigual, sino la apropiación individual ilimitada”[6]. Mientras en Rousseau esto es ilegítimo ‒siempre que eso suponga enriquecerse individualmente a costa de otros‒ en Locke, la propiedad es legítimo derecho natural dado por Dios desde la creación, es decir, desde siempre. A diferencia de Locke, Rousseau quita legitimidad a la propiedad ilimitada al ser considerada de carácter convencional y social: “Esta idea de propiedad no se formó de un golpe en el espíritu humano”[7].
Como conclusión, retomando el inicio de este análisis, llegamos al final del proceso: el establecimiento del contrato social debidamente fundamentado con relación a la propiedad. Según Rousseau, el pacto social debe poner fin al gran error que los mismos filósofos contemporáneos han legitimado (por ejemplo, Locke): el traslado de las inevitables desigualdades físico-naturales al ámbito económico-social, tal y como hizo el mismo Aristóteles. La desigualdad económica no es natural, “el orden social […] no procede de la naturaleza, sino que se fundamenta en convenciones”[8]. Así pues, el contrato social de Rousseau viene no solo a devolverle la independencia y la unión consigo mismo sino, también, a reformular el papel de la propiedad para eliminar el mal de la desigualdad. En cambio, el pacto social lockeano, viene a proteger la propiedad ilimitada de forma legítima, no a reformularla: debe mantenerse en los ricos porque la apropiación se dio de acuerdo a la ley natural, mediante la superioridad física, la introducción del dinero y la voluntad de trabajar.
[1] Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil, 2, pp. 36. [2] Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, pp. 118. [3] Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil, 2, pp. 64. [4] Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, pp. 175. [5] J. Starobinski, Op.cit, 1973, pp. XLI. [6] C.B. Macpherson, La teoría política del individualismo posesivo, 1979, pp. 191. [7] Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, pp. 162. [8] El contrato social, pp. 4.
Bibliografía
1. Básica:
J. Locke, Segundo tratado sobre el gobierno civil, Alianza, Madrid, 1990, pp. 36-51, 55-75.
J.-J. Rousseau, Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres y otros escritos, Tecnos, Madrid, 1987, pp.117-125, 131-134, 145-154, 157-181, 196-205.
─, El contrato social, Tecnos, Madrid 1992, pp. 3-23.
2. Complementaria:
C.B. Macpherson, La teoría política del individualismo posesivo, Fontanella, Barcelona, 1979, pp. 169-214.
J. Starobinski, «Introducción», en J. J. Rousseau, Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, Aguilar, Madrid, 1973, pp. XI-XLVII.
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